¿Por qué?

Malos tiempos para la lírica cantaba hace años el pobre Germán Coppini. Eran los "felices" 80. En plena crisis -estafa o robo a mano armada si lo prefieren- e indignación ciudadana florecen muchas más de 100 flores. Unidas a cada una de las luchas sociales concretas surgen todo tipo de creaciones culturales -fotos, opiniones, pinturas, vídeos, poemas, representaciones, canciones... y tratamos de recoger las que podamos y exponerlas en esta página que se elabora desde Murcia. Podéis mandar vuestras creaciones, preferiblemente con alguna imagen, a brunojordanvideo@gmail.com

lunes, 12 de febrero de 2024

¿Por un micro Estado palestino, tras la limpieza étnica?

  

Por Pedro Costa Morata


Ante los horrores de la venganza de Israel contra Gaza, a los más preclaros líderes occidentales, todos ellos proisraelíes, como quien dice, y todos enfeudados al sionismo aniquilador, no se les ocurre mandar a la OTAN a que bombardee Tel Aviv e Israel (que es lo que hicieron con Belgrado y Serbia por un motivo mucho menor, en realidad inventado), ni desloman desde la UE, tan escrupulosa, a ese régimen ultra con sanciones que le escuezan (como han hecho con Rusia por hacerles cara y frenar sus chulerías), ni votan unánimemente en la ONU decretando su expulsión y el bloqueo integral, mediante la acusación, cuando menos, de limpieza étnica histórica y reincidente; no. Tampoco les da por apoyar a las -limitadas- fuerzas que se oponen a la salvajada israelí, si es que de verdad quieren frenarla, es decir, el Hezbollah libanés, los hutíes yemeníes y, sobre todo, las milicias palestinas, movimiento de liberación enfrentado a un poder colonial al que combate con todo el derecho del mundo (derecho que no asiste a la potencia colonial ocupante); pero no. Lo que hacen es todo lo contrario a lo que debieran, y por eso expresan sin reservas su apoyo a los exterminadores suministrándoles armas a discreción y declarando terrorista a todo grupo o persona que se oponga a sus crímenes. Están, indefectiblemente y sin más reparos que unas pamplinas, respaldando el asesinato innumerable y la destrucción minuciosa.



Su desvergüenza, que quisieran disimular con declaraciones infames –“respuesta proporcionada”, “derecho a defenderse”, “pausa humanitaria de los combates”- ha entrado en una nueva fase en la que, a la tibieza y parcialidad, se une el supremo cinismo de pedir” (¿a quién?) un Estado palestino (¿independiente?) como panacea para calmar sus (improbables) escrúpulos ante la masacre de palestinos civiles. Unos escrúpulos que no pasan de esa absurda propuesta, sabiendo que el Estado fascista de Israel (al que sus democracias adoran) no lo consiente y, por eso mismo, no van a presionar en absoluto para obligarlo.

Hay que destacar en esta cínica propuesta de Estado palestino al Reino Unido que, por boca de su ministro de Exteriores, David Cameron, dice estar convencido de que la única vía para impulsar la paz en Oriente Próximo es ofrecer un horizonte político a los palestinos acelerando el reconocimiento de un futuro Estado independiente... Así que la Britania ahora ex imperial, que permitió en su día, con su confabulación necesaria, la instalación de los colonos sionistas en una tierra que no era la suya y que, ante el conflicto que opuso a los habitantes palestinos con los invasores bíblicos dijo “Ahí queda eso”, huyendo de la quema y abandonando el territorio en manos de los sionistas invasores, ahora pide, para los engañados y humillados, una justicia menor (e inviable), tras 75 años de injusticia a lo grande, sabiendo que la fiera que dejó suelta no va a consentirlo y que nada hará por domeñarla (Nótese, por cierto, la gran similitud, de inconfundible marca colonialista, de la cobardía británica de 1948 con la española de 1975 al abandonar el Sáhara Occidental en manos de los invasores marroquíes, con aquel otro “Ahí queda eso”.)

Y aunque esta petición (ruego tramposo, en realidad) de un Estado palestino se viene planteando a intervalos desde los Acuerdos de Oslo de 1993-1995, todos sus postulantes saben perfectamente (1) que Israel se opone a ello tenazmente, ya que sus designios son acabar apoderándose de todos los territorios palestinos, sin concesiones, (2) que si ese Estado se constituye sobre la Cisjordania actual, triturada y penetrada por más de medio millón de colonos integristas y por el ejército israelí, más la Franja de Gaza destruida por la guerra (donde se instalará Israel ya veremos cómo y se expulsará a los gazatíes ya sabremos dónde), sería sobre una rotunda inviabilidad económica y política (por no aludir a la militar), (3) que Occidente aceptaría una propuesta “de recambio” de Israel para que los palestinos se integren en el Estado jordano, que se anexionaría la parte de Cisjordania que ya no interese a Israel, a modo de isla, sin conexión territorial con ese Estado, y (4) que dejando a Israel actuar a su voluntad, como hacen desde 1948, el más favorable resultado para ese Estado palestino sería un enclave mínimo, maniatado y sin capacidad ni dignidad. Lo que las milicias de Hamás, o sus sucesoras nunca aceptarán, y seguirán echando en cara a Occidente su hipocresía y su cobardía.



No olvidemos que -según datos del Gobierno israelí, que los minimiza- a mediados de 2023 vivían en Cisjordania más de 500.000 colonos en unos 250 asentamientos, legales e ilegales (según el derecho israelí), con una población palestina de unos tres millones de habitantes, progresivamente desplazados a la parte occidental de ese territorio, es decir, a una “franja” de unos 4.000 km2, ya que la zona ribereña con el Jordán hace tiempo que está ocupada casi enteramente por los colonos y el ejército israelíes. A eso hay que sumar los más de 200.000 colonos de  Jerusalén-Este, y el dato de que algunos de estos “asentamientos” llegan a tener una población cercana a los 100.000 habitantes.

En las actuales condiciones, que son las de siempre, Israel no tiene necesidad de ceder a las “presiones” de Occidente y reconocer la “solución” de los dos Estados, ya que puede anexionarse la Cisjordania por las buenas, con permiso (tácito) de Estados Unidos, que siempre le tiene listo su placet, aunque gruña alguna vez (y no muy fuerte ni por mucho tiempo), y de la UE, tan activa en aspavientos. Y esto, tanto si gana Biden como si gana ese amiguete fascista del buen Trump, lo que facilitaría aún más la operación. Es decir, que, para que se dé una solución aceptable por Israel, habrá de “respetarse”, entre otros abusos reconocibles, la dinámica de desaparición del pueblo palestino por el repetido y exitosamente probado método de la “limpieza étnica” o por asesinatos masivos, como en estos momentos en Gaza; o, al menos, la neutralización absoluta de todo nacionalismo árabe-palestino, con sus grupos de resistencia y combate.



Desde la Nakba (“catástrofe”) de 1948-1949, con la expulsión de unos 800.000 palestinos, que eran la mitad del total existente en el territorio anteriormente bajo dominio británico, Israel ha provocado la expulsión de sus hogares de más de un millón y medio de seres humanos sin tierra ni horizonte, cumpliendo la estrategia sionista pre-independencia de que un Estado judío no sería viable con una población árabe significativa. La actual guerra de Gaza conlleva un episodio más, siempre previsto, de limpieza étnica con el amasijo de la población en el sector sur y, con toda probabilidad, una Nakba repetida. (A tal efecto, fuentes israelíes reconocen “trabajar” por un asentamiento de palestinos en ciertos países del África Central.) La declaración de Israel como “Estado judío” en 2018 no ha hecho más que “legalizar” ese proceso, con respaldo “constitucional” que, a más de estimular las expulsiones y las exacciones, pretende no reconocer como ciudadanos israelíes a los palestinos que han permanecido en el interior de ese Estado (un 20 por ciento de su población total).



La propuesta de Estado palestino, en estas circunstancias, no tiene ningún valor, ya que para que fuera creíble, viable y, sobre todo, justa, sería necesario (1) doblegar la política exclusivista y anexionista de Israel, lo que es imposible hoy por hoy, (2) enmendar en buena parte la Historia, corrigiendo la realidad actual territorial con la expulsión de militares y colonos de los territorios ocupados, lo que es imposible hoy por hoy, (3) reconocer que la Resolución de Partición, en 1947, de la Palestina británica, fue una decisión catastrófica de la ONU y que hay que rectificar, lo que es imposible hoy por hoy, (4), reconocer el derecho de los palestinos expulsados en 1948, y después, a retornar a sus casas y tierras, con recuperación de sus bienes expoliados, lo que es imposible hoy por hoy, (5) que se llegue a discutir sobre la solución más justa, lógica y prometedora, que es la de un Estado palestino con dos naciones, árabe y judía, de tipo federal, democrático, no alineado y sobre todo el territorio antiguamente británico, lo que es imposible hoy por hoy, y (6) que se desposea a Israel del arma atómica que guarda desde los años 1960, lo que es imposible hoy por hoy.

Esta, y no otra, ha de ser la base de partida de cualquier negociación nueva y futura, ya que es la justa y equilibrada, pero a la que se opuso ferozmente el sionismo colonizador, alimentando la incompatibilidad entre los dos pueblos con el objetivo de forzar la partición étnica como inicio de su ulterior y progresivo dominio territorial total. Tampoco ahora quieren oír hablar de eso los dirigentes actuales, porque “deslegitimaría” el sionismo fundacional (el del ideólogo Herzl y el del infame Netanyahu) y sus esencias fascistas (racismo, supremacismo, expansionismo).

Mientras tanto, no hace falta llevar a los tribunales internacionales –como ha hecho Sudáfrica sin mucha reflexión- la acusación de genocidio a cargo del Gobierno y el ejército israelíes, tan difícil de demostrar en esas instancias, que son y actúan habitualmente desde una ideología occidentalista y judeocristiana, es decir, plenamente conservadora; y a los que Israel intimida con facilidad echando mano de sus armas de efecto demoledor: acusar de antisemitismo y recordar el Holocausto. Aparte de que hay que contar con la frialdad con que Israel afronta las condenas internacionales, y su permanente rechazo a cumplir cualquier mandato o recomendación, contando con la impunidad con que el mundo lo obsequia.

La acusación contra Israel debe consistir en la evidencia de un proceso de “limpieza étnica”, que es crimen contra la humanidad, programado desde principios de 1948 y materializado, sistemática, cruel y descaradamente desde entonces en todas y cada una de las ocasiones que se le han presentado o ha provocado. Una limpieza étnica que se lleva a cabo por dos medios, bien conocidos y demostrables: la eliminación por expulsión, conminación o expolio, y la masacre genocida. Y que lleva a cabo Israel desde el mismísimo sionismo colonizador de los años 1880 que, tras la inmigración masiva e ilegal, se fue convirtiendo en crimen contra la humanidad (como ya lo prefigurara Gandhi cuando expresó su oposición a que se ocupara la Palestina árabe para crear un “Hogar Nacional Judío”).

El riguroso (y valiente) historiador israelí Ilan Pappé nos recuerda en Los diez mitos de Israel (2019) cómo se planificó esa limpieza étnica aun antes de constituirse (unilateralmente) el Estado de Israel, es decir, desde que el mando sionista elaboró el ultrasecreto “Plan D”, para eliminar a la población palestina del espacio que le había atribuido el Plan de Partición de 1947, teniendo en cuenta que necesitaban dotar al territorio atribuido de una mayoría judía suficiente. Y nos resume, así, la “eficacia” original de ese plan que dio lugar a la Nakba (“desastre”) trágica: “El proceso comenzó en febrero de 1948 en algunas aldeas y culminó en abril con la limpieza de Haifa. Jaffa, Safad, Beisan, Acre y Jerusalén occidental... no cabe sino definir las acciones israelíes en las áreas rurales palestinas como crimen de guerra y, de hecho, como un crimen de lesa humanidad... Tal acción equivale a la limpieza étnica, independientemente de los medios empleados para obtenerla, desde la persuasión y las amenazas de expulsión a los asesinatos en masa... En cuestión de siete meses, 531 aldeas fueron destruidas y once barrios urbanos vaciados. La expulsión masiva fue acompañada de masacres, violaciones y la reclusión de los varones mayores de diez años en campos de trabajo por periodos de más de un año. Esto tuvo lugar durante la guerra, en 1948-1949, contra los ejércitos de los Estados árabes que invadieron el territorio que se declaró independiente, mal equipadas y peor preparadas” (pp. 92-94).




Estos planes y, sobre todo, sus resultados desde 1948, son materia suficiente para acusar a Israel de ese crimen contra la humanidad que se llama limpieza étnica, con la aclaración documentada del empeño genocida basado en el profundo impulso racista contenido en el sionismo. Sin la verdadera presión y condena internacionales, que han de ser más políticas que jurídicas, la “solución” que proponen todos estos politiquillos internacionales serviles y sin criterio ni honor, enajenados por el diabólico tufo de Israel (entre los que quieren destacarse nuestro ministro Albares y el patético Borrell), lleva como mucho a la creación de un Estado-bantustán palestino, troceado en dos fracciones mínimas y carcomidas por colonos y militares israelíes, en régimen de apartheid y sin soberanía política de hecho ni viabilidad económica alguna.

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